miércoles, 2 de julio de 2025

Cuando el Titanic se hundía, entre el caos y los gritos, una mujer tomó un remo y el mando.

 


Cuando el Titanic se hundía, entre el caos y los gritos, una mujer tomó un remo y el mando.


Su nombre era Margaret “Molly” Brown, y no solo fue una pasajera más: fue una fuerza de voluntad inquebrantable en medio del desastre.


Había nacido en la pobreza, pero junto a su esposo logró amasar una fortuna. En lugar de encerrarse en el lujo, eligió servir: organizó comedores para mineros, financió la educación de mujeres sin recursos, y luchó por causas sociales que otros preferían ignorar.


Embarcó en el Titanic en 1912 para visitar a un sobrino enfermo en América. No sabía que estaba a punto de enfrentar la noche más trágica del siglo.


Cuando el barco colisionó con el iceberg, subió al bote salvavidas número 6. Pero no se quedó de brazos cruzados. Le arrebató el control al timonel cuando este vaciló y amenazó con un remo si no alejaban el bote del remolino mortal del Titanic. Salvó vidas. Y no paró ahí.


Ya en el Carpathia, el barco de rescate, ayudó a clasificar a los sobrevivientes, habló con los heridos en tres idiomas distintos y organizó un fondo para los más necesitados.


Lo hizo todo sin esperar nada. Ni siquiera justicia.


Cuando llegó el momento de la investigación oficial, le negaron el derecho a declarar, simplemente por ser mujer. Pero no pudieron silenciar su legado.


Hoy la historia aún la llama la insumergible Molly Brown, no porque sobrevivió al Titanic, sino porque nunca se hundió ante las injusticias del mundo.

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