viernes, 16 de mayo de 2025

Los haitianos decidirán quién gobierna

 


  • Por JAVIER FUENTES
  • En República Dominicana cada vez que se plantea un nuevo proyecto de regularización masiva para inmigrantes haitianos, como los que han insinuado ciertas figuras políticas, no solo se está abordando un asunto migratorio. Se está decidiendo, silenciosamente, quién tendrá el poder de elegir a los próximos alcaldes, diputados, senadores e incluso al presidente.

    Lo que se presenta como un acto de inclusión humanitaria podría devenir en una erosión profunda del poder político dominicano, entregando la soberanía electoral a una población sin vínculo histórico ni cultural con la identidad nacional.

    El fenómeno que algunos celebran como integración democrática no es más que una forma moderna de absorción política. En mi artículo “Haití: país pobre absorberá a uno más rico” (https://almomento.net/haiti-pais-pobre-absorbera-a-uno-mas-rico-opinion/), advertí que el peligro no es una invasión militar, sino el desbordamiento migratorio disfrazado de necesidad humanitaria.

    Esa presión silenciosa, amparada por sectores políticos internos e internacionales, está redibujando el mapa demográfico sin el consentimiento del pueblo dominicano.

    Lo que Haití no ha logrado por las vías diplomáticas ni por el desarrollo institucional, podría alcanzarlo por desgaste demográfico.

    La pregunta no es si ocurrirá, sino cuándo 

    Ya hay comunidades donde la población haitiana supera a la local en número, presencia comercial y control territorial.

    ¿Qué pasará cuando también dominen las urnas?

    ¿Cuándo puedan legalmente influir en quién dirige los destinos del Estado dominicano?

    El problema no es con la inmigración per se. La historia dominicana ha sido hospitalaria. Pero cuando el voto se convierte en una moneda de cambio político, cuando el Estado regulariza sin exigencias de integración real, sin límites culturales ni compromisos patrios, no está incluyendo: está cediendo. Y cuando se cede la soberanía electoral, se entrega la nación desde sus cimientos.

    Ya lo planteé en “Haití y su desafío”, (Haití y su desafío-https://elnuevodiario.com.do/haiti-y-su-desafi), esta crisis no es sólo material, es también una pobreza de pensamiento, de visión. El modelo migratorio actual carece de responsabilidad histórica y estratégica.

    Se nos ha entrenado a sentir culpa por poner límites. Pero un país que no defiende sus fronteras ni su voluntad democrática está cavando su propia fosa, mientras aplaude su tolerancia.

    La migración masiva no planificada desestructura comunidades, sobrecarga servicios y desplaza al ciudadano común de sus propios espacios. Este no es un discurso xenófobo. Es un llamado a entender que ningún país del mundo entrega su soberanía popular a ciudadanos de otro Estado.

    ¿Por qué habríamos de hacerlo nosotros, y además sin resistencia, sin debate, sin estrategia?

    Hay una línea muy delgada entre la solidaridad y la claudicación. El derecho internacional no obliga a ningún Estado a suicidarse políticamente en nombre de los derechos humanos. Defender el derecho de los dominicanos a decidir sobre su presente y futuro no es odio, es dignidad. No es exclusión, es defensa de lo propio. No es miedo al otro, es amor por lo nuestro.

    Cuando advertí en “Haití: dividirlo y montar dictadura”(https://almomento.net/dividir-haiti-e-instalar-dictadura-opinion/), sobre la necesidad de soluciones radicales dentro del propio territorio haitiano, no lo hice desde el desprecio, sino desde el análisis.

    Si Haití no puede gobernarse bajo una sola estructura estatal, quizás su salida esté en la autonomía regional. Lo que no puede ser su salida es trasladar su inestabilidad a nuestro país.

    Lamentablemente, muchos líderes dominicanos no están gobernando para el país, sino para la narrativa internacional. Y en esa narrativa, el dominicano que defiende su tierra es retratado como intolerante, mientras el que la entrega es llamado visionario.

    Pero el tiempo pone a cada uno en su lugar, y el juicio de la historia es más severo que cualquier “trending topic”.

    Los pueblos no mueren de repente; se extinguen por pequeñas concesiones acumuladas.

    Primero fue la tolerancia sin reciprocidad. Luego la regularización sin integración. Más tarde, el silencio de las autoridades ante las tomas territoriales. Después vendrá el voto (extranjero) haitiano. Y finalmente, el dominio político completo. Todo en nombre de la paz, pero a costa de la patria.

    El día que los haitianos elijan al presidente dominicano no será un triunfo de los derechos humanos. Será la confirmación de que una nación fue entregada desde dentro, por cobardía, cálculo político, simple negligencia y beneficio económico. Y cuando llegue ese día, ya no habrá marcha atrás, porque no se puede desandar el camino de una nación que ha renunciado a su identidad.

    La dominicanidad no es un concepto vacío. Es un legado, una sangre, una memoria. No se sostiene con símbolos, sino con decisiones concretas. Defender la patria en tiempos de presión internacional requiere más valentía que hacerlo en tiempos de guerra. Hoy no se pelea con fusiles, sino con convicciones. Pero el enemigo es el mismo: la entrega de lo esencial.

    No se trata de cerrar puertas, sino de levantar conciencia. La migración puede ser canalizada, ordenada, regulada con visión nacional. Pero lo que hoy vivimos no es integración: es disolución. Y cuando un país no reconoce su propia extinción en proceso, termina celebrando su funeral sin saber que es el protagonista del entierro.

    La historia no perdonará a los que, por debilidad o conveniencia, permitieron que la República se convirtiera en una posnación.

    Aún estamos a tiempo. Pero el reloj no espera. La decisión de conservar lo que somos, o convertirnos en un territorio sin rostro, será tomada muy pronto. Y la historia juzgará con firmeza —no al extranjero, sino a quienes entregaron su casa.

    La historia está ahí, ignorarla no nos salva.

    jpm-am

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