domingo, 1 de agosto de 2021

El rol del Johnny

 


Por JULIO MARTINEZ POZO

Así como el cristianismo se universalizó y eternizó por voluntad e imposición del imperio romano, el merengue se convirtió en el género municipal identitario de la dominicanidad por la firme determinación de la mano recia que en el siglo pasado durante más de treinta años trazó el rumbo del acontecer nacional.

La burguesía criolla que emergió en los veintidós años de dominación haitiana, concibió el proyecto de separación de Haití para tener la oportunidad gestionar los destinos del nuevo país que crearían, el cual debería ser en todos los aspectos diferente a la nación de la que se separaban.

Esa expresión musical inculta y vulgar llamada merengue, similar a la Upa puertorriqueña que llevaron los cubanos, tenía semejanzas con ritmos populares haitianos y remitía a las raíces  afroamericanas de las que la intelligentsia de entonces entendía que debíamos de alejarnos para forjar una cultura avecindada a la hispanidad.

En la novela, Bienvenida y la Noche, Manuel Rueda, narra lo ocurrido cuando el jefe del incipiente ejército dominicano, en 1927, quiere sellar su ingreso a las clases sociales altas matrimoniándose con una montecristeña , Bienvenida Ricardo, pero ni el novio, coronel Rafael Leonidas Trujillo, ni la música con la que se pretendía  amenizar la unión alcanzaban el nivel requeridos para que se les facilitaran las instalaciones del prestigioso club recreativo de la ciudad.

El prometido buscó otro lugar, hizo su fiesta y se la gozó aunque los invitados de la clase social a la que pertenecía la novia brillaron por su ausencia, incluso el padrino, el presidente Horacio Vásquez, se hizo representar.

Cuenta el novelista que a la despedida el recién casado juró que aquel desplante se lo iban a pagar, que alguna vez los que hicieron eso tendrían noticias de él.

Es historia conocida que a partir de 1930 emergió como ley batuta y constitución, pero que no llegó  sólo sino con el proyecto de consolidar todos los factores distintivos de la nacionalidad: autonomía  económica, clara delimitación fronteriza y elementos culturales propios, en los que el merengue pasaría a ser un elemento primordial.

Lo sacó de la marginalidad, lo vistió de gala y lo convirtió en el baile de salón propiciando la formación de grandes orquestas y de escuelas de música en todo el país.

A partir del tiranicidio se intentó poner de lado todo lo que evocara la dictadura, y entre esas  estaba el merengue, pero ya su contagio corría por las venas de la dominicanidad, y lo que se procedió fue a variar sus letras y sus formalidades.

El principal agente de esa transformación del merengue que de laudatorio pasaría a buscar contenido social, sin desentenderse de la picardía, la jocosidad y el doble sentido, sería un joven nacido en la empobrecida vecindad de Villa Juana, cuando en la ciudad aún perduraban las huellas del huracán de San Zenón.

Cambió el concepto de orquesta al de combo e hizo que la gente además de ir a un baile a moverse alegremente en la pista, también disfrutaran del show de los músicos, y que estos últimos dejaran de ser anónimos,  que se conociera de ellos como del director  y sus vocalistas.

Pero Juan de Dios Ventura Soriano no sólo se hizo grande y engrandeció el país internacionalizando su ritmo musical, sino que su vida  es ejemplo de enseñanzas que emulan a los seres humanos a romper limitaciones y abrirse paso en las circunstancias que toquen.

JPM

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