jueves, 26 de noviembre de 2020

Magnicidios en RD (I): Pepillo Salcedo y Ulises Hereaux (Lilís)

 


Por TEÓFILO LAPPOT ROBLES

La República Dominicana ha sido sacudida desde los primeros años de su existencia por magnicidios de hombres y mujeres que han ocupado un papel de principalía en la vida pública nacional.

Entre los que han perdido la vida de manera violenta, en el curso de la accidentada historia del país, varios fueron presidentes de la República y otros tienen la alta categoría de  héroes y heroínas nacionales.

Algunos de esos magnicidios (en el caso de los dictadores y tiranos Lilís y Trujillo)  tuvieron su explicación como acciones necesarias para despegar sus garras infernales del cuerpo social, con lo cual se ponía término a largas y pesadas etapas de crímenes y robos que empobrecían y enlutaban a la familia dominicana.

Pero en el país ha habido magnicidios como resultado de las malquerencias de las muchas luchas intestinas que pueblan nuestro pasado, como fue el asesinato perpetrado en contra del presidente Pepillo Salcedo.

Otros crímenes con esa categoría se cometieron por pura ruindad de los que dieron las órdenes, como hizo Santana en contra de los héroes Francisco del Rosario Sánchez, María Trinidad Sánchez, Antonio Duvergé Duval, José Joaquín Puello Castro y muchos otros.

Es elemental pensar que nunca será sobrante hacer anotaciones sobre la vida y la muerte de personajes que, unos para bien y otros para mal, han sido destacados en los hilos de la historia dominicana.

Desde esa perspectiva algún valor tendrá mantener abierta la llama que convoca a evocar los hechos pretéritos del pueblo dominicano.

Por lo anterior pienso que tenía mucha razón el filósofo y poeta George Santayana cuando proclamaba que “aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo.”

Pepillo Salcedo

El nombre real de Pepillo Salcedo era José Antonio Salcedo Ramírez. Tenía una mirada muy inteligente. Su don de mando, su bravura y el aura de líder que lo acompañaba provocaba envidia y amargura entre militares y civiles que junto a él participaban en la guerra de Restauración. Eso germinó en el odio que causó el crimen de que fue víctima.

Pepillo Salcedo fue héroe tanto en las luchas por consolidar la independencia nacional como en las jornadas bélicas libradas para restaurar la libertad del pueblo dominicano, que había sido vendida a España en lo que se conoce como la Anexión.

Su participación en muchos combates con motivo de las oleadas de invasiones que hicieron los haitianos contra el territorio nacional fueron de gran relevancia, tal y como quedó registrada en los recuentos históricos.

Para poner un ejemplo de su intrepidez independentista cabe recordar que en los aledaños de Beller, en los confines del noroeste fronterizo, se enfrentó en diciembre de 1855 a miles de tropas intrusas del vecino país, al frente de las cuales estaba el general Paul Jean Jacques, que pretendían de nuevo usurpar la soberanía dominicana.

Ese hecho de guerra encabezado por el joven Pepillo Salcedo, que causó gran admiración entre los principales jefes militares dominicanos, provocó su ascenso y que se le otorgaran mayores responsabilidades de mando sobre el terreno de los combates, tal y como lo describió el valiente  oficial Benito Monción, que en esa ocasión combatió bajo sus órdenes. Luego llegaría a ser una de las principales figuras de la Restauración de la República.

Monción, en su relato sobre la hazaña encabezada por Pepillo Salcedo, se refirió a la decisión del general Juan Luis Franco Bidó de crear una columna «de quinientos hombres que puso bajo el mando del entonces comandante José Antonio Salcedo, y me agregó a él.»1

Contrario a muchos de sus detractores y partícipes directos e indirectos de su magnicidio, él nunca fue una cosa y la otra al mismo tiempo. Mientras otros se movían en los rayos de sol como los más patriotas, en la noche se dedicaban a conciliábulos y acaparar bienes y privilegios bajo el  manto de la oscuridad.

Durante la Guerra de Restauración  Pepillo Salcedo puso en muchas ocasiones su vida en peligro, pues nunca usó alilayas para rehuir el fuego de los combates.

En medio del estado de sitio que los anexionistas declararon el 28 de febrero de 1863 una Comisión Militar de las fuerzas ocupantes ordenó que Pepillo Salcedo y otros líderes y combatientes restauradores fueran encarcelados en el enclave español de Ceuta, en el Magreb, situado en el noroeste de África.

En esa ocasión pudo salvarse, luego de varios meses de prisión, siendo liberado luego de que se divulgara en el país un decreto imperial de indulto general de fecha 27 de mayo de 1863, emitido en el que entonces era el Palacio Real de España en uso, situado en la cercanía del río Tajo, en la ciudad de Aranjuez.

El presidente Pepillo Salcedo fue en términos reales derrocado, apresado y asesinado por un grupo cívico militar incrustado en la Guerra de la Restauración que no le perdonaba su talante de hombre valiente, íntegro y comprometido sin fisura alguna en la libertad del pueblo dominicano.

Fue el primer presidente dominicano víctima de magnicidio. Una pesada penumbra acompaña desde entonces la memoria de todos los que actuaron en el asesinato del valiente luchador independentista y restaurador.

El principal responsable de ese crimen, fruto de rencores y envidias, como está más que demostrado, fue el general de mente primaria Gaspar Polanco, acicateado entre otros por el poeta Manuel Rodríguez Objío.

La fatídica decisión en contra de la vida de Pepillo Salcedo hizo que Polanco perdiera muchos peldaños en la escalera de honor de la Restauración de la República, a pesar de que muchos han querido minimizar el baldón que acompaña su memoria por ese hecho abominable.

El historiador Alcides García Lluberes, con una visión sesgada en el caso, y luego de señalar de manera muy imprecisa, falsa e injusta actuaciones de Pepillo Salcedo, llegó a escribir, como justificación de su asesinato, que: “ Polanco vio en peligro la unidad de la Revolución, casi triunfante, y quiso eliminar el riesgo de su retroceso o de su fracaso.”

Para justificar el crimen del presidente Pepillo Salcedo sus enemigos montaron una propaganda cargada de falsedades, atribuyéndole una inventada falta de creencia en las posibilidades de victoria de las armas nacionales para devolver la soberanía al pueblo dominicano. Hasta fabularon sobre una sedicente componenda de él con mandos militares anexionistas para hacer abortar la epopeya restauradora.

En eso se movieron con una insólita laboriosidad; pero la verdad, como el corcho, salió a flote y la figura histórica del presidente Pepillo Salcedo está en un lugar destacado del cuadro de honor de los héroes dominicanos.

En cambio, muchos de los que se conjuraron para matarlo pueden ubicarse en un socavón parecido al que Dante Alighieri les dedicó a ciertos traidores que aparecen en el canto 34 del Círculo noveno de su clásica obra La Divina Comedia.

Pepillo Salcedo estuvo presente desde el principio de la guerra restauradora, adquiriendo por méritos de guerra, el 9 de septiembre de 1863, la estrella de general de brigada.

Luperón lo llamaba el «denodado general» (con el mérito añadido que entre ellos había grandes desavenencias). Por su probado coraje y por la manera decisiva de acometer contra los enemigos de la Patria fue calificado con justicia como «ínclito libertador.»

Pepillo Salcedo fue designado por el alto mando militar de la guerra restauradora presidente de la República. Esa decisión fue tomada el 14 de septiembre de 1863, luego de conjugarse una serie de factores. La inclinación de la balanza en su favor fueron las ponderaciones que de su persona hizo el insigne General Santiago Rodríguez, quien declinó por razones de salud la posición que altamente se merecía.

Así se convirtió en el primer presidente de la etapa histórica dominicana denominada la Segunda República. Estuvo en el cargo hasta el 10 de octubre del 1864, cuando triunfó la perversidad de sus envidiosos enemigos que lo derrocaron, apresaron, vejaron y fusilaron bajo una retahíla de mendacidades.

Otro ejemplo de la calidad humana, y el reconocimiento a los méritos patrióticos de Pepillo Salcedo, lo señala en su autobiografía el General Gregorio Luperón al reproducir parte de una carta que desde la ciudad de Santiago de los Caballeros le escribió el patricio Juan Pablo Duarte  el 26 de abril de 1864, en la que le decía, entre muchas cosas, que «me será lo más grato el hallarme a su lado….Mientras, pues, se me presente la ocasión, de presentar a usted mis respetos personalmente y ponerme a sus órdenes….»2

Gaspar Polanco (el principal magnicida) y sus secuaces mantuvieron oculta por buen tiempo, con carácter de documento clandestino, la nombrada acta de desconocimiento,  en la cual se consignó el derrocamiento del presidente Salcedo y se colocó en su lugar a Polanco. El conciliábulo incluía a varios enemigos abiertos del presidente depuesto y que a la vez ejercían una poderosa influencia en el que sería un presidente tresmesino.

En dicha acta se señala que: “El Señor Gaspar Polanco expresó en un breve discurso, la conveniencia de desconocer absolutamente la autoridad del Señor general José Antonio Salcedo como Presidente del Gobierno Provisorio, omitiendo la manifestación de los motivos…conociendo la necesidad y la conveniencia de dar al gobierno un Presidente, pues han desconocido al que tenía, todos a unanimidad proclamaron como tal al Señor General Gaspar Polanco…”3

Después de mucha simulación y fantasiosas fanfarrias del grupo responsable de su asesinato, Pepillo Salcedo fue fusilado el 15 de octubre de 1864 en la comunidad de Maimón, hermoso punto geográfico donde sopla la brisa marina del atlántico dominicano. Tenía 48 años de edad.

Fue el general Gregorio Luperón quien describió con más detalles el tejemaneje final  preparado por  los enemigos de Pepillo Salcedo, con Gaspar Polanco a la cabeza, para sacrificar al héroe independentista y restaurador.

Así de claro lo indicó: «… por una orden secreta, infame y cobarde del general Gaspar Polanco al General Carlos Medrano, jefe interino del campamento de La Javilla, lo enviaron con el coronel Agustín Masagó a Maimón, y allí fue miserable y cruelmente asesinado por ese salvaje coronel….Gaspar Polanco se dejó seducir por los temores de una reacción improbable, dio oídos a su ambición y tal vez a viles aduladores tan pérfidos como perversos amigos, y hasta se envaneció con las lisonjeras dulzuras del poder.»4

No transcurrió mucho tiempo para que llegara la reivindicación de la figura histórica de Pepillo Salcedo. Sacados del escenario protagónico de la vida pública nacional gran parte de los responsables de su asesinato, un nuevo gobierno  resaltó sus méritos patrióticos, denunció a los criminales y ordenó una investigación para que la justicia ordenara el castigo correspondiente.

En efecto, el 24 de enero de 1865 el Poder Ejecutivo emitió un Decreto en cuyo tercer considerando se consignaba que la ejecución del general Pepillo Salcedo se cometió “mientras estaba bajo la custodia de la fuerza pública, en la línea de Puerta Plata, sin que hubiese sido convicto en juicio ni recaído contra él sentencia condenatoria en forma legal en sesión pública y por tribunal competente, como lo exigen todas las leyes dominicanas y códigos vigentes garantías inherentes a todo ciudadano dominicano en toda clase de circunstancias.” En el dispositivo de dicho texto se ordenó la averiguación de ese horrendo crimen y el sometimiento a juicio de los responsables.5

Al día siguiente, el 25 de enero de 1865, los jefes del Ejército expedicionario Pedro A. Pimentel, Federico García y Benito Monción lanzaron una proclama al pueblo dominicano reivindicando la dignidad y el patriotismo de Pepillo Salcedo, resaltando sus méritos y develando las trapisondas de que fue víctima: «… el  General  José Antonio Salcedo  fue uno de  nuestros aventajados compañeros y el más generoso de nuestros soldados. Su desprendimiento y su abnegación patriótica lo señalaban de antemano para presidirnos en la titánica lucha que habíamos emprendido.”Añadieron que para el general Gaspar Polanco y otros miembros del gobierno provisional que encabezaba: “…el general Salcedo era sin duda un obstáculo, decretaron su muerte ¡ y se la dieron atroz, oscura y clandestina…!»6

Frente a algunos historiadores que han tratado de justificar el crimen contra Pepillo Salcedo me inclino ante los conceptos vertidos al respecto por el ilustre ciudadano y luchador restaurador Pedro Francisco Bonó, quien dejó para la posteridad esta verdad con carácter de axioma: «protesto contra el fusilamiento execrable del egregio General Pepillo Salcedo, víctima de los odios y que, como Gaspar Polanco, su asesino, estaban acostumbrados a la felonía…»7

Un municipio lleva su nombre

En virtud de lo que dispone la Ley 2089, del 25 de agosto de 1949, un hermoso pueblo situado en la Bahía de Manzanillo lleva el nombre de Pepillo Salcedo, en honor del  primer Presidente dominicano del período restaurador; pero la decisión fue tomada por el Congreso Nacional no sólo por esa alta condición, sino  especialmente por sus aportes patrióticos  en los enfrentamientos armados  para la consolidación de la Independencia Nacional, así como frente a los españoles y aquellos dominicanos traidores  convertidos en anexionistas.8

El pueblo bautizado con el nombre del Presidente Pepillo Salcedo es el punto de arranque de la frontera domínico haitiana, tal y como quedó establecido en el Tratado firmado en el 1929, vaciado íntegramente en la Gaceta Oficial No.4065, publicada el 5 de marzo de dicho año. El insigne héroe vivió varios años allí, específicamente en el lugar conocido como Estero Balsa, con vista a Punta Presidente, un filón de tierra que penetra al mar creando un paisaje impresionante en ese recodo del noroeste dominicano.

Ulises Heureaux (Lilís)

Los achichincles del tirano Ulises Heureaux, alias Lilís, le decían El Pacificador, igual como apodaban en España al rey Alfonso XII (que era más o menos su contemporáneo); aquel que aunque murió veinteañero por enfermedad tuvo tiempo para eliminar el brevísimo régimen conocido como la Primera República e instauró en la península ibérica el período histórico conocido como la Restauración.

Era hijo del señor Dassá Heureaux Domínguez, que ejercía el oficio de notario público, lo cual hace deducir que tenía un adecuado nivel de instrucción, y de la  señora Josefa Lebert, hija de padre venezolano, nativa de la isla barloventina de Saint Thomas, pero moradora de Puerto Plata, donde nació el 21 de octubre de 1845 su famoso hijo apodado Lilís.

Desde muy joven, inicialmente bajo el biombo protector del General Gregorio Luperón, Lilís se convirtió en un jefe militar. Unos lo admiraban y otros le temían, pues en su código mental siempre estaba disponible la opción de utilizar el terror para imponerse a sus contrarios.

Meses antes del magnicidio de Ulises Heureaux, ocurrido el 26 de julio del 1899 en la ciudad de Moca, que dio al traste con la tiranía que él encabezaba, se distribuyó en Puerto Rico un listado conteniendo una reducida parte de los asesinatos, apresamientos y expulsiones que se cometieron en su régimen de fuerza.

El título del suelto de referencia era Los crímenes de Ulises Heureaux o lo que cuesta este Pacificador a Santo Domingo.

El historiador Vetilio Alfau Durán, en sus enjundiosos aportes a la historiografía nacional publicados en la revista Anales, se hizo eco de lo anterior, reproduciendo los nombres de muertos, apresados y exiliados.

Por una nota explicativa que figura al final de dicha denuncia uno se entera que en la cárcel la Torre del Homenaje las celdas tenían diversos nombres: La capilla, el salón, la culebra, cuarto de Colón, el indio, el algibe, el pañuelo, el profeta, etc.9

Los presos de la dictadura de Lilís duraban años atados a grillos, en peores condiciones, por más tiempo y por causas muy diferentes a las que motivaron en clave de ficción la prisión de aquellos 12 galeotes que  encontró y liberó en tierra manchega don Quijote de la Mancha y que iban “a pie, ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos…”10

Es pertinente señalar que en el primer gobierno de Ulises Hilarión Heureaux Lebert, alias Lilís, bajo la cubierta del Partido Azul, que abarcó el período correspondiente al 1 de septiembre de 1882 hasta el 1 de septiembre de 1884, él se mantuvo en fiel obediencia a las directrices de aquellos sectores de poder del momento, con los cuales era afín, actuando en consonancia con sus intereses.

En esa ocasión Lilís cumplió con lo que muchos años después el sociólogo e historiador británico-belga Ralph Miliband, en su ensayo El Estado en la sociedad capitalista, al analizar el funcionamiento del sistema político en una democracia, explicó así: “una clase económicamente dominante manda a través de instituciones democráticas y no mediante una dictadura.”11

Desde el 6 de enero de 1887, ya curtido en los negocios gubernamentales, dejó atrás su papel de mero representante de los poderosos y se erigió en el mandamás que convirtió al país en una tumba abierta donde constantemente morían violentamente dominicanos que eran adversos a su política y rechazaban entrar en su redil por favores. También, a partir de dicha fecha, llevó la nervadura de la economía nacional a una situación de extrema fragilidad.

Así se mantuvo en la cresta del poder hasta que el 26 de julio de 1899, en una histórica esquina de la ciudad de Moca, varios jóvenes de allí dispusieron de él a base de plomo puro.

En la galería de esos intrépidos mocano figuran Mon Cáceres, Jacobito de Lara, Horacio Vásquez, Dámaso Cabrera, Pablo Arnaud, José Brache, Casimiro Cordero, Juan María y Eduardo Contín, Vicente y Blas de La Maza, Azael Rodríguez, Dioclesiano Cabrera y otros.

Al margen de cualquier interés particular que alguno de ellos tuviera al participar en dicha acción, le hicieron un gran servicio al pueblo dominicano.

Pero el desenfado personal de Lilís en sus dos últimos y sangrientos mandatos no significó que los llamados poderes fácticos de la nación quedaran al margen, pues al mismo tiempo que acumulaba fortuna personal daba facilidades a comerciantes dominicanos y extranjeros, a grandes productores agrarios, a dueños de hatos ganaderos, a exportadores, importadores, contrabandistas de toda laya y a otros sectores que apoyaban  su régimen gubernamental o que cohabitaban con el mismo por simple beneficio económico.

En realidad el tirano Heureaux facilitó que en el país quedaran atrás algunas de las costumbres propias del precapitalismo e impulsó, por propia conveniencia, la creación de herramientas de negocios que pueden clasificarse dentro de un capitalismo incipiente de la sociedad dominicana.

Lilís fue un maestro en las diversas variantes de soborno, utilizando para eso el dinero de las arcas nacionales. Instruía a sus sargentos políticos en todo el territorio nacional para que intentaran primero aplacar a los críticos de su régimen mediante sinecuras y canonjías.

Un ejemplo elocuente de lo anterior se comprueba al leer un oficio que recibió el ministro de Interior el 29 de agosto de 1897, bajo la firma del señor Miguel Pichardo, gobernador de Montecristi, en el cual le informaba lo siguiente:

“ En días pasados tuve aviso de que dicho Señor nombrado Faustino García (a) El Pinto, sostenía correspondencia con los expulsos, y averiguando el caso vine a sacar en conclusión que todo su descontento provenía de que dicho individuo no tenía fijada ninguna asignación en la plantilla; le hice fijar una ración y ya está contento y satisfecho.”12

Lo que ocurrió en Montecristi no fue una excepción. Formaba parte de la visión que tenía Lilís del manejo de la administración pública. En diversas comunicaciones firmadas por él cuando formaba parte del gabinete presidencial de Fernando Arturo de Meriño, y cuando él mismo ejercía la presidencia de la República, se observa que creía más conveniente para el gobierno dar dinero de los fondos estatales o crear puestos infuncionales para aplacar a los rebeldes.

Ulises Heureaux creía que las persecuciones armadas salían más costosas y mantenían un nivel de zozobra que afectaba las rentas públicas y lo que ahora se conoce como la gobernanza.

El 15 de julio de 1882, en su calidad de ministro de Interior y Policía, le envió al entonces ministro de Hacienda y Comercio, Rodolfo Roberto Boscowitz, una comunicación en la cual dejó expuesta su creencia sobre los motivos que guiaban a los que se alzaban contra el gobierno:

“Lo único que satisface a nuestra gente son los cuartos; no se habla más que de cuartos, no se sirve más que por cuartos, y por mucho que demos nunca damos suficiente, y cuando no demos más que la mitad será mucho peor…”13

El gobernante muerto en Moca sostenía que el dinero era fundamental en todas las cuestiones de la vida, y especialmente para mantener el control del gobierno. Una anécdota recreada en el libro Cancionero de Lilís refiere que luego de un altercado entre el poderoso empresario Juan Bautista Vicini y el entonces joven intelectual Américo Lugo el tirano solicitó la presencia de éste en su despacho palaciego, produciéndose allí el siguiente monólogo:

“-Si usted fuera un vagabundo lo pondría en mi estado mayor, porque me gusta la gente de coraje…pero su camino no es ese…Así es que ya usted sabe, porque yo sólo soy el Vicepresidente. El Presidente es don Juan, que es el dueño del Dinero.”14

En sus últimos años de vida y de gobierno férreo, mientras la nación dominicana atravesaba por una lastimosa crisis política, social y económica, Lilís sostenía lo contrario a la realidad que se vivía entonces. Eso se comprueba en sus discursos, en cartas a comerciantes, funcionarios, diplomáticos y en conversaciones que sostenía con ciudadanos que tenían acceso a él y le explicaban problemas generales del país.

Un prueba de lo anterior es una carta que el presidente Lilís le dirigió el 7 de diciembre de 1898 al general Teófilo Cordero Bidó, a la sazón ministro de Fomento y Obras Públicas, en respuesta a una inquietud expuesta por éste sobre el comercio en la ciudad de Santiago de los Caballeros: “Eso es puramente local, pues por acá sucede por lo contrario. El comercio se considera con suficientes garantías para sus transacciones y todos los valores efectivos y de crédito están en constante movimiento…”15

La realidad era que a su muerte el régimen que encabezaba tenía al país en bancarrota económica, moral, social y política. El caos era total en todo el territorio nacional.

Por otro lado es válido recordar aquí que el historiador Rufino Martínez relata en el tomo 3 de su libro Hombres Dominicanos que  a Heureaux “se le podía hablar de todo como a cualquier hijo de vecino, y hasta tocarle las cosas que se juzgaban mal hechas por él. Lo podía todo, pero no como un dios, sino como un hombre cuya acción puede tener fin a cualquier hora…”16

Por eso muchos de los que lograron hablar con Lilís dejaron sus anotaciones sobre el contenido de esos encuentros con el zorro puertoplateño. Han sido de gran utilidad, constituyendo una riqueza informativa que permite escudriñar sobre las interioridades de una convulsa era de la historia nacional.

La sociedad dominicana estaba tan crispada al final del siglo XIX que el poeta petromacorisano Federico Bermúdez Ortega, refiriéndose al magnicidio de Lilís, escribió en su poema titulado 26 de Julio lo siguiente: “…la limpieza del pantano inmundo se concretó a la muerte de un gusano.”17

Con un juicio muy acertado la historiadora Mu-kien A. Sang Ben, en su biografía de Ulises Heureaux, señala lo siguiente: “…la muerte de Heureaux no fue sólo el producto de la “oposición natural”, sino que fue el resultado de una complicidad general donde una gran parte de la población apoyaba la desaparición del tirano.”18

 Bibliografía:

1-Obras completas de José Gabriel García, volumen 3.P100. Nov.2016.AGN.

2-Autobiografía de Gregorio Luperón, tomo I, pág. 223.Editora de Santo Domingo, 1974.

3-Acta desconociendo la presidencia del General José Antonio Salcedo y nombrado al general Gaspar Polanco. Santiago de los Caballeros,10 de octubre del 1864.Firmantes: Gaspar Polanco, Silverio Delmonte, Manuel Rodríguez, Candelario Oquendo, Cipriano Cotes y otros.

4- Autobiografía de Gregorio Luperón, tomo I.Pp. 260-261. Editora de Santo Domingo, 1974.

5-Decreto del Poder Ejecutivo, 24 de enero de 1865. Santiago de los Caballeros. Pedro A. Pimentel, Federico García y Benito Monción, encargados del Poder Ejecutivo. M. Lovelace, secretario.

6-Proclama desde Santiago.25 de enero del año1865. Pimentel, García y Monción.

7-Papeles de Pedro F. Bonó. Editora del Caribe, 1964.P69.

8-Ley 2089, del 25 de agosto de 1949.

9-Vetilio Alfau Durán en Anales. Escritos y documentos. Editora Corripio,1997. Pp442-451.

10- Don Quijote de la Mancha. Edición IV Centenario. Real Academia de la Lengua, 2004.Pp199-210. Miguel de Cervantes Saavedra.

11-El Estado en la sociedad capitalista. Editorial Siglo XXI, México, 1970. P23.Ralph Miliband.

12-Oficio del gobernador de Montecristi al ministro de Interior.29 de agosto de 1897.

13-Carta de fecha 15 de julio de 1882.Del ministro de Interior y Policía al ministro de Hacienda y Comercio. Epistolario de Ulises Heureaux.

14-Cancionero de Lilís. Editora  del Caribe, 1962.P347.Recopilador Emilio Rodríguez Demorizi.

15-Carta de Lilís a Teófilo Cordero Bidó.7 de diciembre de 1898.Antología de cartas de Ulises Heureaux.Pp473 y 474.Editor Cirus Veeser.

16- Hombres Dominicanos. Tomo III.P521.Eeeditado por SDB. Editora Búho, 2009. Rufino Martínez.

17-“26 de julio.” Federico Bermúdez Ortega. Reproducido en Cancionero de Lilís. Editora  del Caribe, 1962.Recopilador Emilio Rodríguez Demorizi.

18-Ulises Heureaux. Biografía de un dictador. Editora Corripio, 1989.P213. Mu-kien A. Sang Ben.


No hay comentarios: