domingo, 5 de enero de 2020

El verano en que cuidé la casa y los juguetes de Pablo Neruda

Luis Alberto Tamayo
Tomado de la revista
En enero de 1985, yo tenía 25 años. Era un escritor con un par de cuentos publicados  y con un dedo fácil. Es decir un impulso irresistible, incontrolable me llevaba  a levantar mi mano con el dedo índice extendido y ofrecerme para lo que fuera, con  tal de tumbar a Pinochet. La permanencia de la dictadura se me había transformado en una cuestión personal. 

Esa noche  estábamos en el velatorio de Matilde Urrutia, la viuda de Pablo Neruda, en calle Márquez de la Plata a un costado del Cerro San Cristóbal en Santiago de Chile. Matilde Neruda, que así la llamábamos en dictadura  para  hacer caer sobre ella  el manto de protector del Premio  Nobel, estaba enferma  de cáncer y se iba  a cumplir el peor  de sus temores: morir lentamente. 
Ella recibía en su casa a  los  escritores jóvenes, a los poetas  a  los pintores; era una  especie  de madrina para los proyectos culturales.  En una  de las conversaciones que tuvimos, hablamos  de la muerte y  ella nos dijo que  quería morir en la calle, subiendo una  escala, caminando contra el viento, en un bosque, en un roquerío, quería una muerte fulminante.
Luego dejamos de hablar  de la muerte y nos contó de un barco soviético que había inaugurado en su último viaje, un enorme carguero llamado “Pablo Neruda”. —“Cuando desde la costa el encargado  de puerto pregunte ¿quién va?,  desde el barco responderán: Va, Pablo Neruda”. 
Matilde era buena narradora y era feliz contando. Sigue  su relato: “Pregunté entonces por la botella de champan para reventarla en la proa,  —entonces  me  dijeron  que  ellos no hacían  eso, que el champan  se lo tomaban, entonces toqué una campana, corté una cinta  y se dio por inaugurado el barco.
El barco inició el viaje  entre  un mar inquieto, las olas lo abrazaban, pero el  barco era enorme. Así iba el “Pablo Neruda”. Matilde nos  hablaba  de  ese  barco y  de sus temores  a morir enferma, quería  haber muerto
Así, en un barco mecido  por el Báltico o el Mar Negro y con marineros  borrachos que  copa en mano le hablaban las  cosas más bellas, porque  ella no entendía nada. Allí hubiera querido morir, —nos  dijo.  Matilde Murió como no quería, flaquita, débil. Ahora  estaba  ahí en  su ataúd de madera brillante  y arriba  el retrato que  le  hiciera Diego  Rivera en que aparece  con dos caras y  su maraña de pelo rojo.
La juventud comunista con sus camisas amaranto hacía guardia  de honor al ataúd, era como otro funeral de Neruda. La casa llena  de  personajes  de la cultura y  afuera autos estacionados  con  vigilantes  de la dictadura. Muchos jóvenes cooperando en lo que fuera, poniendo sillas  a los mayores, acomodando coronas y ramos de flores.
Se notaba la presencia del Partido  Comunista, también de la  familia del poeta y Matilde y los  amigos  de Matilde  que  se  sabía,  estaban trabajando para crear la “Fundación Neruda”. Entonces  aparece un hombre de terno y muy amable. Muchachos, —dijo  con voz seria,  “necesitamos  colaboración”.
Un grupo nos  acercamos y escuchamos atentos: Recuerdo que nos  dijo algo así como: La “Fundación Neruda” no está constituida aún, aún no tiene personería jurídica, los bienes de Pablo fueron confiscados por  el Estado de Chile porque  él dejó todo a  los sindicatos y al Partido Comunista y todo eso no existe legalmente.  La casa de Isla Negra y esta  casa  y la  de Valparaíso,  se la  entregaron a Matilde  en préstamo  o comodato mientras  viviera, pero al morir Matilde y no haber  Fundación Neruda,  el Estado chileno puede hacer efectiva la posesión de  estos bienes.
 La casa de Isla Negra en  este instante está  sola,  no hay nadie, podría  ser  saqueada entera, o  dañada, o puede  llegar el intendente  con un piquete  de marinos y tomar posesión de ella.
 “Necesitamos  que  vayan al  menos  dos  personas  a cuidarla,  dos personas que firmen el  acta de entrega  y que  a partir  de  ese momento se  haga cargo a la intendencia, la  Gobernación o lo que  sea de lo que allí suceda. Necesitamos   tener a  alguien porque la casa está  sola. Lo necesitamos  ahora”. Entonces levanté mi mano. Yo andaba  de bluyín y camisa  en  verano, no existían los teléfonos celulares.
Un amigo se comprometió a ir  a  mi casa  a  avisarle  a mi madre que  yo  estaba bien  y  que  no llegaría en varios días. El otro muchacho que  levantó la mano  fue  El Ovejo, nunca  supe  cuál era  su nombre, pero  en tiempos  de  dictadura era mejor no saber.  El Ovejo era  como de mi edad y crespo, como una  oveja.
El abogado nos  dijo que  debíamos partir  de inmediato  y nos dio un sobre con  dinero y una carta  dirigida  a Rafael Plaza,  “Rafita” el amigo de Neruda, carpintero, albañil  y arquitecto autodidacta que era el realizador de cada locura que se le ocurría al poeta en asunto de construcción, reparación o  modificación o adaptación de algo. 
Viajamos de noche  en bus  y llegamos  a  Isla Negra de madrugada. Isla Negra es un caserío costero, no es una isla,  llegamos a una casa de madera con luz encendida.  Ahí nos  esperaba  Rafita,  recibió la carta, nos pasó llaves  de la casa del poeta  más  frazadas y un par de sacos de dormir. Nos  acompañó a la  casa de Neruda. Corría un viento frío, la noche  estaba  oscura y llena  de  estrellas. Sentimos el ruido del mar en la cara.
 Abrimos los candados oxidados,  sonaban las  cadenas  esa madrugada,  quizá las  tres  de la mañana. Entramos al jardín, ahí  estaba el “Locomovil” esa especie de locomotora, pero que era una máquina  de vapor  que movía una gran rueda de hierro y hacía  girar una  cinta de  acero dentada con una pequeña linterna.  Caminábamos  como soldados  soviéticos caminando por la frontera, a  paso  militar y decidido. Una y otra vez   una y otra  vez y mirando, escuchando.  Había que cuidar los juguetes  de Neruda.   El Ovejo y yo sabíamos que Neruda había escrito en su libro Canto General:
TESTAMENTO I
Dejo a los sindicatos del cobre, del carbón y del salitre/ Mi casa junto al mar de Isla Negra./ Quiero que allí reposen los maltratados hijos de mi patria, /saqueada por hachas y traidores, /desbaratada en su sagrada sangre, /consumida en volcánicos harapos. /Quiero que al limpio amor que recorriera mi dominio, /descansen los cansados, Se sienten a mi mesa los oscuros, /duerman sobre mi cama los heridos. /Hermano, esta es mi casa, /entra en el mundo de flor marina y piedra constelada /Que levanté luchando en mi pobreza.
Yo levanté mi mamo aquella vez porque quería cuidar esa casa, para los hombres y mujeres  a los cuales  Pablo Neruda  se las había dejado en su testamento, convencido además que los poetas no tienen otra testamento más que sus poemas.
Curiosamente este poema “Testamento I” publicado en el libro “Canto General” (1950), no aparece  en la “Antología  Esencial” de Neruda publicada por Editorial Losada y preparada  por Hernán Loyola.
Tampoco aparece en la “Antología General”  de Neruda, edición  conmemorativa de la Real Academia de la Lengua Española, selección también a cargo de Hernán  Loyola. Curioso, es  como si una mano mora quisiera borrar  este poema.
Recuerdo estos  acontecimientos  treinta y cuatro años después,  recuerdo esos diez  días en que le cuidé la casa  y los  juguetes de Neruda. Yo entendía que era una  labor urgente y necesaria, Neruda  no solo era poesía hecha de palabras, también era  abrazo,  conversación y  comida , bromas  con los amigos;  Neruda era también esa colección de  juguetes, esas maravillas, objetos poéticos  recogidos por el mundo. Neruda era un poeta que se  había alineado con los desamparados del mundo, uno que había puesto su poesía  al servicio de una lucha,  hoy tan  urgente como antes. Neruda había traído   miles  de  refugiados  españoles  luego de la guerra civil  y la derrota de los republicanos.
Neruda  había sido un organizador y agitador contra la Alemania nazi. Todo eso  fue  Neruda: había sido también  un ardoroso defensor de Stalin y había apoyado la  invasión soviética a Checoslovaquia  junto al Partido Comunista Chileno.  Neruda era un gran poeta, un mago y un ser que  estaba contra la  explotación de los humanos por otros  humanos. 
Neruda había acertado muchas veces y se había equivocado otras tantas, pero yo había leído su poema “El Barco” del libro “Navegaciones y Regresos”  (1959):  “…pero si ya pagamos nuestro pasaje en este mundo/ por qué; por qué no nos dejan sentarnos a comer…”
Neruda era para mí el gigante que sigue siendo, era el hombre  que  vi a  doce metros  de  espalda y  luego de frente  cuando  yo era un niño de  diez años y fui con mi padre a celebrar el cumpleaños  de Neruda al Teatro Caupolicán de Santiago junto a 5.000 personas. 
 Neruda se había muerto de pena supe a mis trece años,  de pena  por la muerte de  su amigo Allende,  de pena por la persecución de sus  amigos y compañeros,  su casa, la casa de Isla negra que yo cuidaba había  sido allanada en busca de armas. Neruda  murió de cáncer según supe  después.
Eso creía mientras recorría los jardines  de  su casa  con El Ovejo,  con la pequeña linterna, mostrando  que la casa no estaba  sola: Hoy  existe la certeza  de que  Neruda fue  asesinado.  Hoy se sabe  que  desde 1973 la Clínica  Santa María  de Santiago estaba  tomada por  los  Servicios  de Inteligencia  de la dictadura.  Hasta allí  llegó Neruda antes  de viajar  a México en el  avión que gentilmente  le  proporcionara el presidente Luis Echeverría  a través de su embajador Gonzalo Martínez Corbalá.
 La historia  es  que en la clínica Santa María unos  médicos nunca identificados alejaron al chofer de Neruda mandándolo a una farmacia  a comprar un insumo y  en ese instante procedieron a inyectarle  algo al poeta,  algo que  le causó la muerte.
Eso está por probarse,  caso probado en laboratorios  europeos, pero lo más terrorífico es que esa Clínica siguió operando como  una repartición  de los aparatos  represivos  de la dictadura y allí  fue  asesinado también el  ex presidente Eduardo Frei Montalva.
 Eso no lo sabíamos ni lo sospechábamos El Ovejo y yo cuando multiplicábamos nuestras  sombras por la  casa para que pareciera  que había un  número alto de guardias cuidando  los juguetes. No recuerdo  que hablamos  con El Ovejo esa noche, pero al otro  día  amaneció un gran  sol  sobre el mar y nosotros  dimos  unas  vueltas  y  decidimos no tomar desayuno. Seguimos recorriendo los  jardines una y otra  vez. Nos  cambiábamos  de  ropa  y salíamos otra  vez. 
 Desde  afuera mucha  gente se  asomaba  sobre las  empalizadas  a tomar fotos  hacia el interior,  alguno  recitaba  versos  de Neruda. La radio Cooperativa  informaba  con detalles  del funeral de Matilde  Urrutia, viuda  de Pablo Neruda. Muchos  nos hablaban por  sobre la empalizada  y nos  preguntaban  si se podía  visitar la casa.
 A medio  día decidimos  ir  de  uno en  uno a  almorzar.  Sacamos  dinero del  sobre que nos  dio  el arquitecto o  abogado y  salí yo primero.  No podíamos  abrir  el portón  de coligües, la cadena  estaba  fría, el candado  algo mohoso. Al abrir  el portón  nos  encontramos  con  que la gente, los  visitantes  habían  incrustado cientos  de flores en las  ranuras de las cañas.  Cientos de flores  como una  enorme  corona  fúnebre para Matilde.
En silencio iban y ponían una flor.  Nos volvían a preguntar si  podían entrar un rato aunque fuera  a  los  jardines,  nosotros respondíamos que no,  que la  casa estaba  en poder  de la futura  Fundación Neruda, que  quizá más adelante se habilitaría  la casa  como  museo del poeta.
 Llegué  a  la Hostería “Elena”.  Pedí la carta y  vino  la  misma  dueña del local vino a mi mesa,  ya sabía  de  dónde  venía yo.  Isla Negra  es un caserío donde  cada paso es  vigilado  desde las  puertas y ventanas  de cada  casa.
—¿A ustedes  los mandó la  señora Matilde?  -me  dice la señora Elena como entre  pregunta y afirmación. Sí,  le digo,  somos  escritores  de Santiago y  estamos  cuidando la casa.
—Pobrecita  Matilde me dice, pasó a  despedirse  de mí la última  vez  que  vino. Pobrecita, dice  y murmura un rezo. Almuerzo congrio frito y ensalada un plato caro, pero doña  Elena  no  quiso cobrarme, ni  a mí  ni al Ovejo que  fue a  almorzar después.
 Seguimos  ahí durmiendo y caminando la casa  durante  varios  días.  No llegaba  nadie  de Santiago,  no había  teléfonos celulares  en  esa  época. Nosotros  sabíamos que  de un momento a otro podía  llegar un  auto de Santiago  con  el abogado, el  arquitecto u otra persona  importante  de la cultura  de los  amigos  de Neruda y Matilde… o también podía llegar un  camión de marinos  armados  a  tomar posesión de  la casa porque  ahora  era del  Estado y ellos eran el Estado.
 Una noche vino a vernos rafita,  el inefable rafita,  el constructor, escultor carpintero, albañil y mago  amigo de Neruda, entonces  nos muestra unas  balaustradas  que  hay adosadas en lo alto de un  arco  o puente  entre una construcción y otra.  Nos  dice  que  eran del Palacio de La Moneda que eran de madera  y que  Neruda  vio  que las  estaban cambiando  por otras  de cemento y  el pidió  dos y se las  regalaron y las trajo para que  él las instalara. Eso fue por los años  sesenta, me  dice Rafita  antes que los  militares  la bombardearan… También nos  habló  de un muro curvo, una  semi espiral  que  había  en medio del jardín. Esto  es un muro corta vista para que  la gente  que pase por la calle  no vea  la mesa  servida en la terraza. 
A veces  estaba don Pablo con  sus  amigos  almorzando al aire libre y llegaba  gente a mirar y se  quedaban pegados ahí a la entrada mirando hacia  adentro y a él no le gustaba que  lo miraran tanto y menos comiendo, entonces  don Pablo me llamó y  con su bastón hizo una línea curva  en el  suelo para que  yo hiciera un murito de unos dos metros de largo con una curva y un metro cincuenta de alto, una  pirca, un muro de piedra.
Yo  estaba  poniendo piedras, encajándolas una  sobre otra y  pegándolas  con  mezcla  y llegaba  don Pablo y me  metía botellas  vacías  de Whisky junto a  las piedras,  huesos de cazuela, osobucos y costillas  de  vacuno, mire todas las cosas que metió. Y ahí estaban los huesos incrustados, empotrados en el muro.
Rafita  nos habla  con alegría, revive  su rostro mientras recuerda. Nos muestra dos  cajas  de madera enormes  que  hay  bajo la terraza, son dos grandes piezas de mármol traídas en barco del  extranjero, eran para otro proyecto, pero la señora Matilde ordenó que esas fueran las piedras para la tumba  de ella y don Pablo que serían enterrados juntos  mirando el mar. 
Nos  muestra el mármol y luego lo seguimos  hacia un  gran sillón de piedra que  mira el mar. El sillón  preferido de  don Pablo  para sentarse en las tardes a mirar el mar. Ahí  estará  la tumba.  Rafita  nos pregunta si sabemos  algo de Santiago,  El Ovejo y yo le respondemos que no sabemos nada, pero que seguiremos ahí cuidando. Rafita trae su tijera podadora y recorre cortando algunas guías de zarzamora o enredaderas  salvajes que amenazan con cubrirlo todo.
Finalmente  se  logró tramitar la  existencia legal de la Fundación Neruda. Matilde eligió  entre  sus  amigos a los que la  formarían, pero los  estatutos fueron redactados de manera tal que  cuando un miembro moría, los restantes elegían a su sucesor.
En el Partido Comunista estaba prohibido,  a sus  dirigentes  chilenos  en la clandestinidad, cualquier tipo de relación con Volodia Teiltelboin escritor comunista, amigo de  Neruda, en el exilio. Hoy me  entero que  los  estatutos que rigen la fundación, fueron redactados de una manera muy funcional a  ciertos intereses. Hoy me  atrevo a pensar que el mismísimo Neruda tendría muchos problemas para pertenecer al directorio de la Fundación que lleva  su nombre. Murió Roberto  Parada, actor y comunista, amigo  de Neruda y su lugar en el directorio fue ocupado por otra persona  que poco tenía que  ver con don Pablo ni con los  ideales  de su vida. 
 Poco a poco  se fue llenando la mesa de personas que administran la Fundación como una gran empresa y ponen  dinero  en la bolsa y compran acciones de la  empresa  de vapores  que  prestó sus  buques para tirar militantes  de izquierda al mar. 
Los sobrinos  de Neruda  salen de la Fundación se retira también el escritor Jorge Edwards. La fundación tiene conflictos  con  los poetas  mapuches y no se les  apoya, porque los mapuches  reivindican como suyas las tierras de un director de la Fundación. Lo que siento es que ese directorio  hoy expulsaría  a Neruda por  comunista.
Se cobra por  visitar cada casa museo y no  hay rebaja  para nadie  ni para sindicatos.  Hay un café de  lujo, carísimo y me da la impresión que  ningún  obrero que  gane el sueldo mínimo del neoliberalismo podría entrar allí  jamás con su familia. La Marca registrada Neruda se  arrienda para una cadena  de hoteles.
Nadie recuerda los propósitos  del poeta plasmados en su poema “Testamento I”,  nadie  se acuerda  del “Proyecto Cantalao” que consistía en  un gran centro  cultural,  con cabañas para pintores y poetas pobres. La pobreza es mal vista en la Fundación. Hoy la casa  que  cuidé  es un barco de lujo, ese barco  en que  todo tiene  dueño y todos los  sitios  están ya ocupados, en ese barco los desarrapados no tienen pasaje.
La  figura  de Neruda es compleja, hoy se le puede acusar de muchas cosas, de  machista,  de burgués,  de abusador y violador… pero eso con la mirada y los  códigos de hoy, con esa vara nueva, —y en buena hora,— ni el más pintado sale indemne.  Ahí  está  la obra del poeta, su alma más lúcida está  ahí, en sus versos.
A veces paso por  fuera de la casa de Isla Negra y recuerdo las noches  que la cuidé y me parece injusto pagar por entrar. Nunca más  vi al  Ovejo, un abrazo desde la  distancia de los años. Pero hoy la Fundación que lleva  el nombre de Neruda se parece mucho a  ese barco de su poema:
Ahora resulta/ que no tenemos mesa./ No puede ser, pensamos./ No pueden convencernos./ Estaba oscuro cuando llegamos al barco./ Estábamos desnudos./ Todos llegábamos del mismo sitio./ Todos veníamos de mujer y de hombre./ Todos tuvimos hambre y pronto dientes./ A todos nos crecieron las manos y los ojos/ para trabajar y desear lo que existe.// Y ahora nos salen con que no podemos,/ que no hay sitio en el barco,/ no quieren saludarnos,/ no quieren jugar con nosotros.// Por qué tantas ventajas para ustedes?/ Quién les dio la cuchara cuando no habían nacido?// Aquí no están contentos,/ así no andan las cosas.// No me gusta en el viaje/ hallar, en los rincones, la tristeza,/ los ojos sin amor o la boca con hambre.// No hay ropa para este/ creciente otoño/ y menos, menos para el próximo invierno./ Y sin zapatos cómo vamos a dar la vuelta/ al mundo, a tanta piedra en los caminos?// Sin mesa dónde vamos a comer,/ dónde nos sentaremos si no tenemos silla?/ Si es una broma triste, decídanse, señores,/ a terminarla pronto,/ a hablar en serio ahora.// Después el mar es duro.//  Y llueve sangre.

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